La chica de los tomates

Tiana
4 min readNov 11, 2021

Con las manos apoyadas en el mat y los ojos cerrados, busqué alinear la respiración otra vez. Inhala, exhala.

El tiempo se ralentiza poco a poco, y los latidos bajan su frecuencia. No se cuanto tiempo estuve tumbada en el suelo, pero ahora tengo que regresar.

Flexiono los brazos y llevo las rodillas al pecho de una en una.

Sigo cabreada. Pero al menos estoy pudiendo sostener el estrés en mi burbuja, no se escapa de mis límites.

El móvil no deja de parpadear y puedo sentirlo, ningún mensaje es tuyo, y aunque lo sé, no puedo evitar cogerlo y mirar. Efectivamente, ningún mensaje es tuyo.

Vuelvo a lo mío.

Recuerdo el día en que me preguntaste, dónde lo sentía, eso que duele.

El enfado lo siento en el pecho y en la garganta, y los ojos se me inundan de lágrimas y de más enfado.

Sentirme impotente ante algo que no puedo cambiar es realmente frustrante. Me sobrepasan varios sentimientos, decepción, tristeza, celos… ¿celos?

No dejo de pensar en lo que se oculta entre líneas: eso que desearía con todas mis fuerzas que sintieras y que no me hubieses dicho. La mentira por cuidarme. La importancia que en realidad me dabas, la fe que tenías en mí, lo mucho que confiabas en que las cosas saldrían bien a pesar de que sabías, que probablemente yo nunca sería la chica de los tomates.

Afuera atardece lento. Tengo mis dudas de si lees lo que escribo o si eres tremendamente perceptivo. Es igual, nunca escribo sobre vos.

Un amigo me preguntó porqué no lo hacía, porqué no escribía sobre vos.

Pensé: Sí que escribo… aquella nota sobre ‘El No’ o la de ‘Té para tres’. Me río de pensarlo pero es cierto, las cosas que escribo sobre tí son mis interpretaciones de un personaje que nunca acabo de descifrar. O… y aquí seamos pragmáticas que desearía que fuese distinto. No hay nota de amor, no hay una dedicación pasional.

Siento la esterilla del mat incrustarse en mis palmas, estoy presionando el suelo con tanta fuerza que me gustaría que me expulse hacia arriba como escupiéndome de esta realidad.

Si lo pienso con cuidado creo que quise tener algo de esa chica de los tomates. Quizás la tierra en mis rodillas de estar apoyada en el suelo cosechando, o la sombra de una parra dando en mi rostro mientras me tiro en un banco a… ¿a qué? a que me devoren los insectos. Con lo alérgica que soy el campo sería un infierno en vida o al menos hoy, en este momento donde necesito amigarme con tantas cosas antes de aislarme a la nada misma.

Soy un bicho social, que partió de su casa con sueños de un piso 27 en Palermo Hollywood, con un ordenador que pese como una pluma donde poder escribir toda las memorias que se me vengan en gana y un pasaporte que me permita atravezar cualquier barrera burocrática, y seguir viendo, sintiendo, viviendo, aspirando color y espacios creativos.

Hoy tengo varias de estas cosas en mi checklist, y aunque nunca viví en un piso tan alto, sigo fantaseando con transportarme alguna ciudad cosmopolita y volverme loca de contenta con las luces parpadeantes del diseño urbano.

Me voy de tema y la rutina se me hace espesa. De tanto cavilar mi enojo se ha ido dispersando, y algunos sueños rotos se han acomodado en un lugar distinto, quizás un poco más fanfarrones que antes.

No puedo no quererte, no aprendí todavía como. Sigo mirando el móvil sin poder borrar tu número, pensando que quizás me llames y no quisiera que se me salga el corazón del pecho en un microsegundo si reconozco tu voz. Es que todavía no me he aprendido el número. No podría adivinarlo antes y quisiera estar preparado si eso algún día vuelve a suceder. El que me llames, o no, quizás sería mejor que no lo hicieras.

Pienso en tu silueta de espaldas sentado en el bar frente a mi ventana, con ella, la chica de los tomates, o la que más cerca estuvo de serlo. Te estas quedando calvo y esa campera es demasiado grande para tu tamaño. Pero así todo quiero abrazarte ¿es eso lógico?

Soy poco importante, poco oportuna, taciturna, impulsiva y nocturna, escucho la música demasiado alta, mi cocina deja mucho que desear, y no dejo de hablar de Buenos Aires aunque nunca tengo claro de si quiero volver. La maternidad me tiene dividida y mi trabajo me enloquece de cuando en cuando, lo mismo mi economía que varía con las estaciones del año y el cambio de hora. En ninguno de estos últimos crees, confías o entiendes.

Además no soporto que fumes, pero es algo solo contigo, todos los demás pueden fumarme encima, y te has acostado con todo tu círculo de amigas, incluso con la chica de los tomates con la que quedas, a tomar birras en la puerta de mi casa desde que hemos terminado. No soportas la idea de que tenga algunas cosas claras y otras no tanto, pero que las cosas salgan y como una flecha den en el blanco.

No te gusta que yo sea yo y tu seas tú no pudiendo ser el tú que veo yo en ti. Ese tú que no existe, ese tú que no fuma, que no le da ansiedad, que no sale corriendo por las mañanas, y que me acompañaría a Buenos Aires a acabar la carrera. Ese tu que está y no que no está.

Pero que voy a saber yo de todo esto, si al final es parte de mis fantasías, como todo lo que escribo. No se quien eres, que piensas ni que sientes. No se que buscas o si has encontrado algo y no me he enterado.

No se si sabes que ya no estaré más por aquí y que quería dejar algo escrito sobre esto, sobre la chica de los tomates, sobre lo que siento. Porque quizás algún día vuelva y necesite un recordatorio, una advertencia de todo lo que ha sucedido: que no hay dos sin tres y que ese tres nunca será mutuo sino incordio.

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Tiana

Diseño, ilustro, escribo, canto mal y tengo una extraña obsesión con el número 27.-