Me acuerdo del día en que me enojé contigo por no querer saltar. Te dije: es que lo tienes tan fácil, porque yo te daré la mano y saltaremos juntos…
Cuando yo salté nadie me dio la mano, solo ahogué un grito en la almohada y el cuerpo me vibró lleno de adrenalina, tomé carrera y me dije a mi misma que nunca jamás olvidaría ésta sensación, que todas las veces que saltara sería así, con la piel ardiendo de deseo.
Y ese día te tendí la mano abierta, dispuesta, llena de emoción de lo importante que se te venía encima. Se te venía el mundo entero y yo estaría allí, de testigo para verte brillar. Que alucinada me tenía la idea de verte brillar. Porque tú también eres estrella, ¿te acuerdas? Cuando nos dijeron eso y me volví loca de la emoción.
Si nos cortaron con la misma tijera, quizás y solo quizás, podríamos enroscarnos de forma eterna y siempre encontrarnos. Tú y yo, contra todo, con todo.
Y te miré de frente, pegando mi nariz con la tuya, y con una sonrisa que me cruzaba toda la cara te susurré, que podías con todo, que no te dejaría solo.
Pero esa locura mía, esa que da coraje también es la que acojona. Lo sé, lo supe en ese preciso instante, cuando me devolviste la mirada con los ojos llenos de pena. ‘No puedo’.
Una canción sonó adentro mío y otra y otra… todas las que me acompañaron en mi adolescencia cuando volvía esas madrugadas eternas cruzando las luces de la 9 de Julio, las que sonaban cuando me revolcaba en el suelo con un porro en la mano y un pincel en la otra, las que se amotinaron en mi mente mientras atravesaba las montañas de Iruya a 4000mts de altura, las que me alejaban del suelo cuando despegaba en vuelos transoceánicos….
Y no pude evitarlo, te pensé en otro camino, en otra ruta, donde nuestros caminos se separaban y yo seguía saltando, cada vez más alto, cada vez más profundo.
Oye tú, ¿pero sabes qué? Aún te siento brillar.
